ADELPHI, Maryland. — Cuando Nando estaba en cuarto grado, las pandillas de El Salvador asesinaron a su hermano mayor. Su madre vivía aterrorizada por su seguridad, por lo que Nando dejó de ir a la escuela y permaneció dentro de la casa durante años.
“Era como estar preso”, dijo.
La familia de Nando tenía dificultades para comprar comida. Cada día se desesperaban más. Por lo cual, a los 16 años, decidió emprender la peligrosa jornada hacia Estados Unidos, dejando atrás a sus padres y a su hermano menor.
“Conocí a un coyote que me estaba ayudando, pero a mitad de camino me robó todo el dinero y desapareció”, dijo Nando. Entonces trabajó dos meses en una finca en México para reunir suficiente dinero y continuar la jornada. “Estaba triste. Estaba cansado. Me sentía desesperado”.
Solicitó asilo político al llegar a Estados Unidos y después de pasar seis meses en centros de detención, su tía en Maryland lo reclamó y se hizo cargo de él. Nando es su segundo nombre. Para proteger su privacidad y su seguridad, pidió que no lo llamaran por su nombre completo. Cuando apenas estaba acomodándose a una rutina en la escuela, se enteró que las pandillas habían asesinado a su otro hermano.
“Éramos tres. Ahora solo quedo yo”, dijo.
Desde el año 2013, ha aumentado significativamente el número de niños como Nando que han escapado de la pobreza y la violencia en Centroamérica. La administración de Trump ha ampliado las detenciones, ha aumentado las separaciones familiares, ha restringido el criterio para conceder asilo y ha dejado de costear la representación legal de niños indocumentados. Así y todo, entre octubre de 2018 y septiembre de 2019 más de 75,000 menores de edad solos — niños que llegaban sin ninguno de sus padres o un guardián — y casi 475,000 otras personas, incluyendo niños, fueron arrestadas cuando cruzaban la frontera sur.
La mayor atención se ha enfocado en las pésimas condiciones y las experiencias traumáticas de niños en centros de detención. Pero si piden asilo y los ponen en libertad a cargo de familiares o patrocinadores en Estados Unidos, sus casos pueden demorar hasta cinco años en atravesar el gran atraso que existe en el proceso legal. Durante ese tiempo, al igual que otros inmigrantes sin estatus oficial en Estados Unidos, se les considera “indocumentados”. Entretanto, la mayoría de los niños se matricula en escuelas públicas, donde probablemente por primera vez conocen americanos que no son policías o agentes encargados de la ley. Y en tanto no todos les dan la bienvenida, es en la escuela donde por primera vez los niños dicen que son tratados con amabilidad.
Incluso antes de que llegara la pandemia, en algunos distritos escolares ya los educadores habían comenzado a ir más allá, adaptando intencionalmente sus clases y moviendo recursos para ayudar a esos niños a triunfar en sus estudios.
En el Condado Prince George, Maryland, en las afueras de Washington, D.C., donde Nando se matriculó, los líderes escolares reconocen que el futuro de su distrito depende de que a los alumnos indocumentados les vaya bien. En 2019, fue el cuarto condado en todo Estados Unidos en el número de alumnos llegados solos entregados a patrocinadores, superado solamente por el Condado Harris en Texas, el de Los Ángeles y el de Miami-Dade. Pat Chiancone, encargada de los alumnos extranjeros en las Escuelas Públicas del Condado Prince George, dice que hace 10 años había menos de 4,000 alumnos extranjeros en el distrito. Este año, aun con las restricciones de viajar por causa del coronavirus, Chiancone dice que en el distrito la matrícula es el doble de ese número.
“Para mí la razón más importante es que es moralmente, y espiritualmente, inapropiado no tratar bien a los niños que vienen de estas familias”.
Alvin Thornton, presidente de la Junta de Educación del Condado Prince George
Tener tantos niños llegados durante el año enfrentando un nuevo idioma, una nueva cultura y una nueva vida familiar puede generar tremendo estrés. Muchos alumnos indocumentados tienen dificultades para satisfacer necesidades básicas como comer, tener donde vivir y seguro de salud. Chiancone dice que muchos también han tenido grandes lagunas en su educación y están académicamente atrasados aun en su propio idioma. Pero lo que puede tal vez ser la característica que más define a esta población es el enorme trauma que han sufrido en sus países de origen, en sus jornadas hacia acá y después de haber llegado a Estados Unidos.
Alvin Thornton, que ha presidido la Junta de Educación del Condado Prince George, enumera varias razones que hacen importante hacer lo que sea necesario para apoyar a estos niños, además de ser una ley federal. “Pero para mí la razón más importante es que es moralmente, y espiritualmente, inapropiado no tratar bien a los niños que vienen de estas familias y no darles iguales oportunidades”, dijo.
La madre de Nando le manda textos que se asegure de cuidarse y estar vivo todavía. Vive solo en una habitación rentada y tiene un trabajo a tiempo parcial después de la escuela donde trabaja de 4 p.m. a 1 a.m. “Necesito dinero para la renta, para comprar comida y ropa. Le envío $300 a mi madre todos los meses y tengo que pagarle $6,000 a mi abogado para que se ocupe de mi caso”. Se ríe con ironía. “Sí, ando muy cansado”.
Ha pensado varias veces dejar la escuela, pero siempre ha regresado.
En octubre de 2019, los educadores de Prince George se reunieron voluntariamente en un centro comunitario en un seminario de cinco horas sobre “el cuidado informado de traumas” para poblaciones de inmigrantes, dirigido por una experta de la Universidad de Harvard. La Dra. Margarita Alegria es jefa de la Unidad de Investigaciones sobre Disparidades del Hospital General de Massachusetts y profesora en el Departamento de Psiquiatría de la Escuela de Medicina de Harvard. El distrito la trajo por avión con la ayuda de dos organizaciones sin fines de lucro, Caridades Católicas y la Coalición Interreligiosa para la Equidad Educacional, a fin de ayudar a sus educadores a entender cómo apoyar las grandes olas de estudiantes que cruzan la frontera y se matriculan en el distrito escolar. Los maestros estaban hambrientos de información; 150 renunciaron a un sábado soleado para participar en la sesión.
Kevin O’Donnell, un psicólogo de la escuela, quería sugerencias prácticas. “Muchos de mis alumnos han sufrido trauma y tienen dificultades. Yo quería aprender más maneras de apoyar ese trabajo”, dijo. Andrea Stutzman es una maestra que quería aprender cómo mejor conectar culturalmente con los padres: “Creo que me ayudaría a comprender mejor las experiencias de mis alumnos”. Y Jeffrey Ramírez, un guardia de seguridad, buscaba conocer mejor las experiencias de los alumnos para poder asegurarles que él no les haría daño. “Yo les digo, ‘Yo no sé lo que ustedes han pasado en su país, pero aquí es diferente’. Si salieron de allá huyendo de la violencia, aquí pueden sentirse seguros, y protegidos conmigo”, dijo.
No es raro que los niños hablen de haber visto violaciones de mujeres o personas que han quedado en el camino por no haber podido continuar la jornada hacia Estados Unidos. Berta Romero es una consejera de niños que están aprendiendo inglés en la escuela primaria Mary Harris Mother Jones en Adelphi. Las historias que ella oye son horribles. Una alumna de segundo grado contó que su mamá tuvo que taparse los ojos porque la gente se estaba ahogando en un río que estaban cruzando. Otro niño hablaba de la jornada hacia Estados Unidos en un camión repleto y que su papá tenía que empujar por encima de los demás para poder respirar. Una madre llorando le contó a Romero cómo miembros de la pandilla MS-13 abusaban de su hija en el camino hacia la escuela. Romero dice que el peso de estas experiencias es como si los niños estuvieran “cargando una enorme mochila llena de piedras”.
Después de llegar a Estados Unidos, en muchos casos el trauma continuó cuando la administración de Trump separó a las familias que estaban en centros de detención donde las celdas a veces se mantenían frías, la comida era inadecuada y los niños no tenían acceso a la higiene básica. Algunos niños decían que los adultos allí los amenazaban cuando no cumplían con las reglas de no hablar, no tener amigos y no jugar.
Kerri Bogart es una maestra de kindergarten que ha trabajado con muchos de estos niños. Ella dice que algunos “lloran en silencio”: se sientan con lágrimas rodándoles por las mejillas porque extrañan a sus familias. A veces son ocasionales exabruptos de ira o de llanto: “¿Mami va a estar esperándome en la parada del autobús? Me preocupa que no vaya a estar allí”. Un alumno de kindergarten se enoja y se esconde debajo de la mesa y la maestra tiene que interrumpir la lección para convencerlo de que salga. “Cuando eso ocurre tres, cuatro o cinco veces al día y se pierden partes de la lección, eso puede hacer mucho daño”.
Los maestros tienen que entender la raíz de estas conductas y cómo manejarlas antes de lograr cualquier tipo de enseñanza. En el seminario, Alegria explicó la “pérdida compuesta” que los niños sufrieron cuando salieron de sus hogares. “Perdieron el idioma que les resultaba familiar, perdieron sus costumbres, sus hábitos, sus redes sociales. Y muchos de ellos han perdido su estatus social”, dijo ella. Alegria dijo a los maestros que tenían un papel crítico que jugar. “La escuela es el lugar donde los niños pasan la mayor parte de su tiempo. Es realmente el sistema de cuidado donde podemos lograr el mayor progreso”, dijo.
Alegria advirtió a los educadores que el trauma puede manifestarse con problemas físicos: dolores de cabeza y de estómago, insomnio, además de problemas de aprendizaje. Ella dice que los maestros no deben asumir que una falta de concentración es un trastorno de déficit de atención o hiperactividad; puede ser que los alumnos estén haciendo un gran esfuerzo por lidiar con su trauma. Para la juventud mayor, dice Alegria, el estatus social es muy importante. Les dijo a los educadores que la ayuda a estos niños a hacer nuevos amigos tiene un “efecto súper poderoso”.
Beth Hood, una trabajadora social de la Escuela Secundaria High Point en el Condado Prince George, dice que a veces un niño puede parecer que está bien pero entonces algo le recuerda algo de su pasado. Una alumna tuvo un ataque de pánico al ver una pequeña pelea que surgió en la cafetería. “Después de ese episodio, sufrió una completa recaída en espiral que le impedía concentrarse y a veces lloraba en la clase”. Hood dijo que cuando habló con la alumna sobre lo que le había causado el ataque de pánico, la niña se mostró dispuesta a hablar.
“Contó que en su país había presenciado el asesinato de su mejor amigo”, dijo la trabajadora social. “Nuestros alumnos no son alumnos que uno pueda esperar que simplemente vayan a sus aulas, aprendan inglés y estén perfectamente bien”.
Los niños indocumentados ingresan en las escuelas públicas con muchos desafíos que superar, pero también con mucha fortaleza. Los maestros dicen que son muy trabajadores, muy dedicados, se protegen unos a otros y están ávidos de aprender. Las escuelas de Prince George se han enfocado en tres áreas de apoyo hacia esos niños: mejorar su habilidad para el idioma, ser inclusivos y desarrollar resiliencia.
Aprender inglés es un paso obvio pero crítico. Además de ayudar a los alumnos a triunfar académicamente, es una manera de hacer amigos, traducir para sus padres y navegar en su nueva cultura. Es asimismo una manera de compartir sus historias y sentirse incluidos.
Hay más de 27,000 alumnos aprendiendo inglés en este sistema escolar, por lo cual el distrito ha dado un gran impulso a maestros de aulas regulares. A ellos se les enseñan estrategias como el uso de recursos visuales y el aprendizaje práctico de participación personal.
Christian Rhode es el jefe de despacho del superintendente de las escuelas públicas del Condado Prince George. Dijo él que priorizar iniciativas para estos niños es una cuestión de equidad porque “para muchos de ellos la escuela equivale a un refugio”. Pero Rhode también dice que es una cuestión demográfica. Niños considerados “subgrupos” en muchos distritos suburbanos, tales como los que aprenden inglés y los que viven en la pobreza, forman colectivamente la mayoría de los estudiantes del condado. “Ese es el núcleo de nuestra base”, dijo. “Y tomamos decisiones como un sistema escolar basado en la población de estudiantes que tenemos”.
Rhode dice que es un “error” creer que tenemos una gran cantidad de recursos adicionales para ayudar a educar a estos niños. Más bien “el presupuesto es una función de prioridad”. El distrito también ha permitido a los directores de las escuelas un nivel de autonomía fiscal para que puedan costear prioridades basadas en las necesidades de las escuelas. Además, dice que el distrito se asocia de manera extensa con agencias del condado y organizaciones sin fines de lucro del área. Y mientras los distritos de Maryland recibieron en efecto fondos adicionales para alumnos vulnerables como un “pago inicial” después de que el estado aprobó la Ley del Diseño del Futuro de Maryland, Rhode dice que esos fondos expirarán en junio de 2021 si los legisladores no toman acción. Añade que los legisladores deben actuar ahora porque dadas las tendencias de inmigración y los desafíos adicionales causados por el coronavirus, “pienso que cada distrito del país va a ver el año próximo un aumento en las necesidades”.
El año pasado, las escuelas del Condado Prince George crearon un “currículo para recién llegados”, un curso de 12 semanas que debe tomar cada alumno que no hable inglés y sea nuevo en el país a fin de crear rápidamente un vocabulario en inglés.
Tanya Gan Lim enseña esta clase a alumnos de kindergarten. Se enfoca en temas prácticos, como el transporte, el clima, los alimentos. Pero ella también se enfoca en la formación de confianza. Lim anima a sus alumnos a hablar. “Cuando están en las aulas regulares se sienten tímidos, no quieren hablar porque no quieren cometer errores”, dice Lim.
Ana, una alumna de kindergarten, se siente más confiada después de solamente dos meses en el curso de recién llegados, aunque todavía necesita práctica con el sonido de ciertas sílabas. Ella quiere aprender inglés para “ser inteligente” y utiliza a Google Translate para buscar palabras que no entiende. Existe también una razón más práctica: A la edad de 7 años ella necesita traducir para su madre en el supermercado. “Si vamos a algún sitio y mi mamá dice “¿Cuánto vale?” y yo le digo que son tres dólares o cuatro dólares. Ella se pone contenta y me dice ‘Te quiero’”
Celebrar los puntos fuertes que estos niños traen consigo cuando vienen es otra manera de formarles confianza en la escuela. En la Escuela Primaria Mary Harris Mother Jones, la directora Karen Woodson era una autoridad en hacer que todos se sientan bienvenidos, documentado o no. La escuela ha visto aumentos significativos en el número de recién llegados, que ahora constituyen el 16 por ciento del cuerpo escolar, dijo.
Woodson se jubiló recientemente, pero muchas de sus normas continúan. El invierno pasado, cuando todavía era directora, caminaba por el edificio señalando las banderas grandes en el atrio, lo primero que veían los niños al entrar a la escuela. “Van a reconocer enseguida la bandera de El Salvador. Todos los países de Centroamérica y Sudamérica están representados aquí”, decía. Ella abriga la esperanza de que cuando los niños reconozcan su bandera, van a saber que son bienvenidos. Hay también letreros en toda la escuela que dicen, “Ser bilingüe es mi poder superior”.
Woodson es afroamericana y cambia sin esfuerzo entre inglés y español. Dice que padres y alumnos se quedan asombrados cuando la oyen por primera vez hablando en distintos idiomas. “La primera reacción es, ‘Eh, ¿por qué está hablando en español?’ Y la próxima pregunta es, ‘¿Y de dónde es usted?’ Y yo les digo, ‘De Nueva York’, y ellos dicen ‘¿Qué dice?’ Ella aprovecha esa oportunidad par explicarles que ella no creció hablando español, sino que lo estudió, igual que ellos están estudiando inglés. “Yo hice lo mismo y aproveché el tiempo. Ustedes también pueden hablar otro idioma con fluidez”.
Las personas que trabajan en la oficina de la escuela son también bilingües y todos los letreros en inglés también se presentan en español, desde la entrada a la escuela hasta los bidones de basura. La biblioteca también tiene varios libros en español, y Woodson estimula a los niños a que no descuiden su español. Woodson dice que esos pequeños esfuerzos ayudan a los alumnos a ver que no hay jerarquías en los idiomas.
Alegria dice que el respeto hacia la cultura de la familia de un niño no es simplemente un acto de “bondad”, también es mejor para el desarrollo de los alumnos. Dice que los niños pueden llegar a aprender a navegar ambas culturas muy bien. Pero al principio tienen que sentirse “anclados” en su propia cultura.
La directora Woodson también amplió el personal de apoyo. Con la flexibilidad que tenía en su presupuesto el año pasado contrató a tres adicionales asistentes bilingües de maestros. La escuela también contrató a un consejero bilingüe que puede dar apoyo a los maestros, visitar las casas de los alumnos y reunirse individualmente con alumnos que tienen dificultades, y ser un enlace bilingüe con la comunidad que puede conectar las familias recién llegadas a servicios exteriores.
Pero Woodson, que ahora es una consultora que apoya a líderes en escuelas con un alto número de alumnos aprendiendo inglés, advirtió que aun con estos apoyos, nada de esto es fácil para los educadores. “Con esta afluencia, tengo que ser muy honesta. Los maestros están cansados. Es mucho”. Añadió que ella anima a los maestros a expresar cómo se sienten y que se apoyen unos a otros. “¿Y sabe qué? Estamos cansados pero dedicados. Descansamos, pero de ningún modo abandonamos la tarea”.
Poder crear relaciones y tener una voz es una manera crítica para que los alumnos indocumentados se integren y contrarresten parte del trauma que han vivido. El Condado Prince George está enfocado intencionalmente en la salud mental.
La trabajadora social Beth Hood dice que hay aproximadamente 300 recién llegados a la escuela secundaria. Ella organiza “círculos” para darles apoyo. El inglés de ellos es muy limitado, por lo que ella habla en español y comienza con algunos aspectos muy básicos de la educación en Estados Unidos, desde el plano del edificio a la función de las enfermeras de la escuela hasta la expectativa de que los alumnos vengan a clase todos los días. Pero ella también los anima a compartir sus historias sobre de dónde vienen y cómo eran sus vidas anteriormente.
“Es importante que ellos hablen de cómo antes cuidaban a las vacas o cocinaban tortillas y acompañaban a sus abuelas al mercado”, dijo ella. “Estos son puntos fuertes de su realidad cotidiana y experiencias que traen”.
Muchos de estos alumnos son menores que llegaron solos y a veces no confían en adultos. De modo que Hood dice que los círculos son una forma de que los adolescentes se hagan amigos de otros como ellos para no sentirse solos. La capacidad de sobrellevar esas situaciones los ayuda a sanar. Hood les enseña ejercicios de respiración y discuten cómo resolver conflictos. En una fría mañana de invierno trabajaron en grupos haciendo listas de factores que les ayudan a progresar.
Un alumno lee su lista. “Confianza, amor de familia, paciencia, consejos de los padres y aprender inglés.
Otra alumna comparte lo que la motiva a hacer las cosas bien. “Salir con nuevas amigas, apoyarse mutuamente, continuar esforzándose cada día, nuevas oportunidades, nuevos sitios”.
En cada oportunidad, Hood los elogia por compartir y los anima a ser optimistas. Es una manera de crearles resiliencia, recordándoles lo mucho que han avanzado. A veces ella trae antiguos alumnos que son también indocumentados o que también llegaron como menores solos y permanecieron en la escuela hasta graduarse.
En 2014, cuando hubo una ola grande de menores solos en el Condado Prince George, los maestros le pidieron a la directora que creara la posición de trabajadora social, en vez de contratar a otro maestro. La directora estuvo de acuerdo y el año pasado la escuela agregó otra trabajadora social.
“Es ahí donde les llega la tentación, de poder ganar dinero que nunca han ganado en sus vidas y que pueden de cierta manera ayudar a las familias que quedaron atrás”.
Beth Hood, trabajadora social, hablando sobre algunos de sus alumnos indocumentados.
Hood dice que el enfoque en apoyar la salud mental de los alumnos es clave para que logren triunfar académicamente. La causa de esto es la constante dificultad de muchos adolescentes recién llegados a permanecer en la escuela. Sienten una enorme responsabilidad hacia los familiares que quedaron atrás en sus países. Por lo cual buscan empleos en fábricas, restaurantes, o haciendo limpiezas. “Son los trabajos más arduos y horribles que hay”, dice Hood. “Es ahí donde les llega la tentación, de poder ganar dinero que nunca han ganado en sus vidas y que pueden de cierta manera ayudar a las familias que quedaron atrás”.
Uno de los alumnos de Hood, Luis, tenía 16 años cuando escapó de la violencia en Guatemala hace casi dos años y llegó a Estados Unidos. Su primer idioma era la lengua indígena mam. Hablaba muy poco español y nada de inglés. Luis trabaja ahora en un mercado de víveres. “Termino la escuela a las 2:30 y trabajo de 3:30 a 11”, dijo Luis. Necesita cada dólar para pagarle al coyote que lo trajo de contrabando, pagarle al abogado, pagar la renta. Y envía dinero a la familia en su país. “Un dólar es una gran cantidad de dinero en Guatemala.”
Al principio, cuando los clientes le preguntaban algo a Luis, él no podía responder. “Entonces practiqué más, más y más. Y ahora les ayudo en todo, ¡sin problemas!” dijo. Luis hace sus tareas escolares después del trabajo. Pero admite que a veces le cuesta trabajo despertarse.
Hood dice que la mayoría de los alumnos recién llegados comienzan muy motivados a progresar en la escuela. “Pero llega el momento en que sus cuerpos físicos solamente pueden resistir cierto límite de trabajo y estudios”.
“Termino la escuela a las 2:30 y trabajo de 3:30 a 11. Un dólar es una gran cantidad de dinero en Guatemala.”
Luis, alumno indocumentado que trabaja en un mercado de víveres.
“En cuanto a los alumnos menores que llegan solos”, añade ella, “los vemos abandonar la escuela en mayor número”.
Al final de la clase los alumnos comienzan a bromear entre ellos mientras completan su trabajo de clase y Hood está visiblemente contenta. El ambiente es completamente diferente de cuando comenzó el curso escolar, cuando apenas hablaban entre ellos y todos estaban aterrorizados. Ella dice que su escuela crea intencionalmente oportunidades para que los recién llegados se diviertan. El año pasado, la directora organizó un almuerzo en los días de fiesta especialmente par ellos, hasta con un disc jockey encargado de la música, porque los días de fiesta — y el recuerdo de los años celebrados con sus familias — son difíciles.
“Todos bailaron, y los alumnos bailaron con los empleados. Fue pura diversión”, dijo Hood. “Trae ese sentido de compasión y amor y diversión a la escuela. Y sabemos bien que cada experiencia positiva de un inmigrante joven crea resiliencia y confianza”.
El Condado Prince George ha demostrado una verdadera dedicación para educar a estos niños indocumentados, pero todo resulta más difícil ahora que el distrito ha cambiado hacia clases remotas por internet debido a la pandemia. Los maestros hablan de lo difícil que es desarrollar relaciones por internet. Algunas de las iniciativas sobre idiomas en todo el distrito que se valen de elementos visuales y enseñanzas prácticas resultan casi imposibles para alumnos que tienen malas conexiones de internet, sin elementos básicos como papel y lápices o con un bebé llorando como sonido de fondo.
La maestra Tanya Gan Lim dice que le preocupa que los alumnos no estén oyendo inglés en los pasillos o en el patio de juegos ahora que no están yendo a la escuela. El Condado Prince George distribuyó cuadernos gratis y unidades móviles de Wi-Fi pero a veces estos niños y sus familiares no saben cómo entrar a una página electrónica o resolver una dificultad técnica. Los trabajadores sociales dicen que pasan el tiempo dándoles apoyo técnico o tratando de localizar a niños que no están asistiendo a clases durante la pandemia. Muchos padres o guardianes han perdido sus trabajos o les han reducido las horas, por lo que estos alumnos indocumentados se sienten presionados a buscar trabajo para ayudar a pagar las cuentas.
“Estamos cansados pero dedicados. Descansamos, pero de ningún modo abandonamos la tarea”.
La exdirectora Karen Woodson, cuya escuela tuvo un aumento brusco de alumnos indocumentados.
El número de personas cruzando la frontera está ahora aumentando. El número de arrestados, que a menudo se utiliza para saber si la inmigración está aumentando o no, descendió bruscamente este año en parte por las restricciones de emergencia de salud de la administración de Trump de expulsar a todos los que llegan a la frontera, incluyendo niños, para prevenir el contagio de coronavirus. Recientemente, un juez restringió esa orden.
El presidente-electo Biden ha señalado que promoverá varios cambios en la inmigración, incluyendo un “camino hacia la ciudadanía” para los millones de inmigrantes indocumentados en el país. Pat Chiancone, que dirige la oficina internacional de estudiantes, dice que prevé que las cifras de niños que cruzan la frontera y se matriculan en escuelas del área va a aumentar. “Creo absolutamente que las cifras van a volver a aumentar cuando pase la pandemia. Sin duda alguna”, dijo ella.
Pero está claro que los alumnos indocumentados quieren aprender y pueden tener éxito. Tras años de atravesar dificultades, Nando se graduó de la escuela secundaria este año. Quiso demostrarle a su madre que él podía lograr algo. “Quise hacer esto por ella. Nos echamos tanto de menos”.
Él tenía sueños de ser médico, pero por ahora trabaja de pintor. Está agradecido de sus maestros que lo apoyaron y quisiera que todas las personas lo vieran a él como lo hacían ellos. “Estamos aquí porque queremos mejorar nuestras vidas. Tener una vida mejor”.
Este artículo sobre estudiantes indocumentados lo produjo The Hechinger Report, una organización de noticias independiente sin fines de lucro enfocada en la desigualdad y la innovación en la educación.
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